Algunos de los pequeños y profundos placeres que proporcionan las escapadas a la Naturaleza vienen de la contemplación de amaneceres y atardeceres; de apreciar el sutil cambio lunar con el paso de los días y de las noches; y de observar y reconocer la estación del año por el manto de los campos y el color del follaje.
Todo esto se pierde cuando vives en la ciudad. Por eso el otoño en la ciudad es más triste. Y por eso, cuando llega el otoño, la llamada de la Naturaleza me resuena a gritos en la cabeza.
Y necesito cambiar días sin luz por días con luz.