1 de diciembre de 2008

De morado y plata

Había imaginado muchas veces cómo sería ver el cambio de colores de Uluru en la puesta de sol: ese rápido pero a la vez sutil virar del naranja al rojo, luego al rosa, después al morado y finalmente al negro. Y muchas más veces conforme el viaje iba tomando forma y se acercaba el momento. Pero esta vez Uluru no interpretó la obra de siempre, esa para la que yo había sacado mi entrada con tanta ilusión 18.000 kilómetros antes y 8 años atrás.
Llovía, y el atardecer se perdía en un horizonte difuminado por nubes grises. Llovía y el agua lavaba las laderas de Uluru con el respeto de estar tocando un lugar sagrado. Llovía y pequeños riachuelos iban recorriendo sus faldas rellenando las innumerables pozas que hay excavadas en la roca . Llovía y salió el sol, sólo unos instantes, pero los suficientes para grabar en mi retina la imagen que yo me llevaría de Uluru: ni la de las fotos robadas a otros viajeros, ni la de las postales, ni la de los documentales... sino la de un Uluru vestido de morado y plata para mí. Llovía y ¡no podía estar más guapo!.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena por este blog, me has impactado, he estado sonriendo en silencio un buen rato, daría lo que no tengo por ver todos esos lugares...sospecho que tenemos algún que otro amigo en común...algún día quizás me cuentes la primera sensación cuando se llega a Machu Pichu.
Saludos

Anónimo dijo...

Gracias Malena. ¡Qué pregunta más difícil!. No sé cual será la primera sensación de otros viajeros al llegar a Machu Picchu, lo que yo sentí fue que reconocía un lugar que hacía tiempo que sentía mío, como si ya hubiese estado allí. Fue reconocimiento, alivio y alegría y ahora, al recordarlo, me has hecho llorar, supongo que me impactó más de lo que creía. Gracias por hacerme hacer esta reflexión.